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En 1901, el francés que llegara a ser premio Nobel de literatura diez años después, Maurice Maeterlinck, le compartía al mundo su Vida de las abejas

 

«Es el delirio del sacrificio, quizás inconsciente, ordenado por el dios; es la fiesta de la miel, la victoria de la raza y del porvenir, es el único día de regocijo, de olvido y de locura; es el domingo de las abejas. También parece ser el único día que comen a saciedad y conocen plenamente la dulzura del tesoro que reúnen. Parecen prisioneras libertadas y súbitamente transportadas a un país de exuberancias y esparcimientos. Rebosan de júbilo y no son dueñas de sí mismas. Ellas que nunca hacen un movimiento impreciso o inútil, van y vienen, salen y entran y vuelven a salir para excitar a sus hermanas, ver si la reina está pronta, aturdir su espera. Vuelan mucho mas alto que de costumbre y hacen vibrar e torno del colmenar las hojas de los grandes árboles. No tienen ya temores ni cuidados. no son ya ariscas, meticulosas, recelosas, irritables, agresivas, indomables. El hombre, el amo ignorado, a quien nunca reconocían y que no logró domarlas sino doblegándose a todas sus costumbres de trabajo, respetando todas sus leyes, siguiendo paso a paso el surco que traza en la vida su inteligencia siempre dirigida hacia el bien de mañana, y que nada desconcierta ni desvía de su fin, el hombre puede acercarse a ellas; rasgar la cortina dorada y tibia que forman en torno de él sus zumbantes torbellinos; cogerlas en la mano, como un racimo de fruta; son tan mansas, tan inofensivas como una nube de libélulas o de falenas y, en ese día, dichosas, sin poseer nada confiadas en el porvenir, con tal que no las separe de su reina, que lleva en sí ese porvenir, se someten a todo y no lastiman a nadie».

Maurice Maeterlinck

Premio Nobel de Literatura 1911

Un abrazo, Lutzzz…